sábado, 22 de julio de 2023

Un cero a la izquierda

La buena amiga

La divertida

Pero no tanto

La de mal carácter 

Quien arruina el momento

Compañera amable

Siempre presente

Pero invisible

La insensible

O demasiado sensible

La exagerada

La desmemoriada

La que se pierde

La que espera

Tal vez demasiado

Pero no le afecta

O si

Pero no lo expresa

La que llora

La dramática

La aburrida

La que busca ayudar

Pero lo rompe

Porque se mete

Se involucra

Demasiado

La que se expone

La que persiguen

Pero los malos

La que escribe

La que siente 

La que abandona

Sin esperanza

La que desaparece 

sábado, 1 de agosto de 2020

Canción

Rápido avanzaba alejándose de todo, de todos. Iba hacia algún lado, donde yo siempre veía el vacío. No tenía yo la agudeza de sus ojos, esos que no necesitaban explicaciones para nada, pues las encontraba en el camino. Y si así no era las inventaba, siempre acordes y siempre irrefutables, no porque fueran realidad sino porque se amoldaban y nos persuadían. De hecho en pocas ocasiones se daba que tenía razón en lo que decía, y aunque defendía su postura, así todo inflexible, creo que nunca llegué a pensar que la verdad estaba en sus palabras. Pero eso no fué nunca relevante, la verdad echada como un guante golpeandonos es aburrida y tosca. 
Entonces vi como avanzaba, decía, y sus largos pasos apresurados me daban risa. Un día aprendía una cosa a propia voluntad y un día se volcaba a esperar que la vida le enseñara algo; la vida si, pero nunca yo, que fui siempre aprendiz. Una excusa, le dicen. Aprendía y luego se lanzaba a caminar en busca de oportunidades, oportunidades que le desilusionaron una y otra vez, y que ya luego no se preocupaba por mantener. Pero otra vez caminaba como camina ahora, encontrando nuevos huecos donde introducirse en lo absoluto. Porque no importa donde mires siempre está, ahi iluminandote y dándole a la vida nuevas oportunidades, no persiguiendo nada pero tampoco dejándose estar sin todo. ¿Suena confuso? Así lo es. 
Sus manos sostenían mientras se adelantaba, todo lo que es y lo que fué, entregandose en cada minuto y en cada uno de sus actos. En su voz exponía todo lo que podía exteriorizar sin que su risible nerviosismo le fuese en contra y debiera retroceder. Y ese nerviosismo era divertido y era extraño, y era la forma perfecta para detenerle en sus pasos, o para hacer que camine mas rápido ¿tal vez?. Aún suena confuso quiero creer, porque debe serlo. 
Hablaba, escuchaba, y finalmente te veía sin que llegaras a notar algo acechandote. Entonces llegaba y se reía de tu confusión, y se reía de tu disgusto, y se reía de todo vos desenfocado y frustrado. Pero luego te reías de su risa y de sus modos tan discretos y tan dificiles de comprender. Y luego te preguntabas como yo me pregunto ahora, a donde iba cuando avanzaba.
Entonces, otra vez, le vi avanzar asi todo como era, simple y diferente. Y eso es todo lo que puedo decir, porque yo tampoco nunca comprendí adonde es que va con tanto impulso y fogosidad. Sin embargo escucho esos pasos como teclas en su vida y sé que avanza, dispuesto y fugaz, excitante y melodioso, como la música que es y fué.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Bolsa de Residuo


No supe hacer otra cosa que seguirle el rastro. A qué hora se iba, a qué hora se reunía, donde encontrarla en las frías mañanas de los Miércoles cuando no trabajaba, las materias que cursaba y los horarios en los que iba a almorzar al bar de la esquina con Directorio. Un café mediano, dos de azúcar y si es posible con crema, y alguna comida rápida de hacer con abundante verdura. No le gustaba esperar, la mataba la ansiedad y evitaba las expectativas. No gustaba de decepcionarse, se deprimía rápidamente, y con la misma facilidad se reponía sin contarle a nadie por lo que pasaba. Muchos amigos y poca familia, padre muerto y hermanos adultos y responsables cuyo único objetivo residía en preocuparse por sus ganancias mensuales.
Y es así que nadie me notó en cada ventana, en cada mesa, en cada sala de cine y en cada momento donde su bella sonrisa se manifestaba, viviendo plenamente como si siempre hubiese un mañana. Pero no hay mañanas suficientes en esta vida, y ella no podría hacer todo lo que quisiera con su tiempo, porque ya no era su vida la que manipulaba. Era mía, yo sentía por ella, yo estaba atento a sus desesperanzas y sueños, y sólo yo sabía cómo se desarrollaría su día a día. El destino de sus decisiones estaba echado hace mucho, sin tener ella oportunidad de dirigirlo.
Un día me desperté pensando que todo había dado una vertiginosa vuelta, y que ahora todo se daba de manera aleatoria, sin sentido. Y fue ese día en que me di cuenta en mi desesperación, que estaba viviendo en un cuerpo extraño, que había nacido y moriría por su existencia. Pero su cuerpo aun no era mío, lo estaba manejando alguien que no sabía qué hacer con él y que por ello seguía el camino aburrido y preestablecido de la rutina.
Siguiendo su rastro, descubrí que desconocía muchas cosas absurdas acerca de las mujeres, y que aun así, como si una fuerza externa en el universo nos obligara a mantener el contacto, el género femenino me enamoraba. Pero hablar en general es también absurdo y banal, porque quien me enamoraba era ella, y al ser parte de mi todo, me enamoré también de mí. Éramos radicalmente opuestos, y por ello podíamos conformar uno sólo, logrando constituir un ser único y asquerosamente perfecto que no aspiraba a la felicidad porque la contenía de principio a fin. En la unión, su amor por la rutina desaparecía porque no codiciaba las irracionales necesidades de un burdo humano, no hacía falta más que mantenernos juntos y despedirse de las preocupaciones.
Al menos así era en mi cabeza, ya que en su mente no había lugar para tal modelo, ni tampoco había lugar para mí. En su egoísta decisión de hacerme a un lado para quedarse con las imperfecciones que la vida le ofrecía, echó por tierra también mis imágenes y me redujo a una mitad putrefacta que lloraba por su otra parte, se arrastraba, gritaba, reclamaba lo suyo. No había forma en que yo pudiera aceptar tal cosa, aceptar ser una mitad por siempre sin otro sentido en la vida que el de recuperar lo que se había escapado de mis manos.
Entonces su día a día pasó a ser el mío, sentí sus dolores y sus lágrimas, sus decepciones... pero no sentí su felicidad. Su alegría era egoísta y se reservaba sólo para su portadora, era un estorbo, un muro frente a mis intenciones de vivir por ella. Era además falsa, no podía existir felicidad en su vida si no me tenía a mi como su complemento, si no conformábamos al ser superior que estoy seguro, solía existir en nuestra unión. Como falsedad, su felicidad no hacía más que fastidiarme, no podía sentirla porque no era real.
Creo que ella lo sabía todo, que su existencia no era más que un rejunte de opciones temporales para complementar la mitad que le faltaba, y que esa parte faltante le seguía los pasos como un perro abandonado buscando su cariño. Lo sabía y en su estupidez continuaba como si nada sucediera; ignoraba las señales, me ignoraba a mí, que vivía para demostrarle lo equivocada que había estado. La sombra de su infinita felicidad la acechaba, pero la desoía porque era una idiota sin rumbo que necesitaba que alguien la golpeara para caer en los hechos, los reales hechos. Y siendo yo su conciencia y su saber, su profesor y su única salvación, debí ser yo quien le hiciera ver lo que estaba perdiendo, lo banal que era, lo prostituta que era conformándose con cualquier cosa... el error en el que se había transformado sin mí para dirigir su rumbo.
Sólo una advertencia. Tal vez pensó que era una broma, o que había equivocado al destinatario. Pero cuando uno se ciega y deja de prestarle atención a las huellas que le marca el universo mismo, también desoye los pasos detrás suyo. Cada última bocanada de aire frío fue mía, ella sufría y yo sufría, ella lloraba y yo lloraba. Su grito ahogado era el mío, sus penetrantes ojos negros reconociéndome en la oscuridad de la noche, eran su fraudulenta felicidad reconociendo en mi al portador de su única necesidad. El filo ensangrentado salía, y su espíritu entraba en mí, completándome, haciendo realidad lo que siempre debió ser, conformando al ser perfecto que alguna vez fuimos los dos.

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Esta mañana recibí un mensaje extraño que advertía acerca de lo inevitable. No sé explicar de dónde vino, y sin embargo me hizo recordar el vértigo que siento hace tiempo. Mi cuerpo espera pacientemente a que pase algo que me cambie la vida por completo, pero mi mente sigue sumergida en los asuntos de la cotidianeidad, como si todo fuese normal. Constantemente me fuerzo a entrar en actividad para olvidarme de las cosas que dejé atrás una vez que decidí irme. Siento al pasado detrás de mí y en cada café que tomo, en el nuevo trabajo y en mi cama al intentar dormir. Hace unos días me pareció ver a un tipo que conocí y con el que salí unos meses, en una de las mesas del bar donde suelo almorzar. Un tipo que no tiene razones para andar dando vueltas por aquí, que no podría estar aquí, pero que mi mente recreó en un estúpido intento por hacerme retroceder a una vida que quiero esconder. Barrer el pasado, dice mi psicólogo. Más de una vez le he preguntado cómo es que puedo barrer mi pasado sin tenerlo presente, sin que me sacuda. Nunca supo contestarme otra cosa que la repetición de lo anterior... el "vos podes" lo tiene pegado a la lengua, ¿Y qué es lo que puedo?
Escribir en cada pedazo de papel que encuentro, en cada momento que tengo libre para pensar, es mi única salvación. La comida no sabe igual, la brisa del otoño aproximándose no se siente del mismo modo aquí que allá. Otra boca come por mí, yo estoy ausente en cada paso de mi existencia. Este pedazo de papel es todo lo que soy ahora. Tengo miedo y no sé de qué, tengo náuseas cuando salgo a trabajar y siento la humedad impregnándose en mi ropa, siento que espero y sin embargo no sé qué es lo que se me aproxima.
Ese mensaje terminó por descolocarme. No creo que haya sido intencional, o siquiera para mí, pero la sensación al leerlo se asemejó a lo que se siente cuando alguien está a punto de tocarte el hombro para llamar la atención. De algún modo ese mensaje no era para mí, pero sí lo era, la existencia me marcaba las huellas que yo no vi porque no quería ver. Un escalofrío fue suficiente, un pinchazo en mi espalda fue suficiente.
No puedo pedir ayuda... es decir, ¿Quién me va a prestar auxilio por una sensación? Ahí está de vuelta, otra vez lo veo ¿Por qué a él? Mis labios saben a dulce, el café, una vez más, no está haciendo el efecto esperado. Enloquezco cada vez más, el frio recubre mis párpados y los siento cansados. Es todo mi imaginación, es todo mi imaginación.

martes, 8 de octubre de 2019

Un salto de dos o tres escalones. Asi es como siento que empuja mi pecho hacia adelante cuando lo recuerdo, como si saltara en bajada sin descanso y con toda la fuerza que me queda. A veces es un sobresalto acompañado de una sonrisa, otras veces lo acompaña una lágrima, pero siempre intento que sea un recuerdo que se añore. De niña me enseñaron que las cosas buenas que nos han pasado, tienen que ser recordadas bien y con amor.
¿Pero que amor? ¿El suyo, inexistente y desconfiado, o el mio, que saltaba y brillaba para hacerse notar y entender? ¿Cual es el límite del amor en los recuerdos? No creo poder recordar mis lágrimas de decepción con amor, pues ese es precisamente el amor que duele, el que no queremos sentir mas. Entonces te enseñan a hacer un viaje fugaz al pasado y recordar lo hermoso, lo que valió la pena. Y eso pesa todavía mas. ¿Entonces está el amor siendo ultrajado por el dolor?
Eso me preguntaba cuando llegando a mi casa, me detuve en el umbral, inmersa en los pensamientos que como fantasmas de noche te asedian cuando no estas agobiado por el mundo y su rutina. La puerta recién pintada me invadió con su aroma, advirtiéndome que no la tocara demasiado. Pero que va, ya le había apoyado mi mano en el golpe seco que di cuando me di cuenta de que el dolor volvía.
Ya había pasado una semana desde que las lágrimas le ganaron a las sonrisas en este partido. Se turnaban otorgandome pequeños pedazos de recuerdos limpios que pudiera almacenar, para despues arrebatarlos y dar paso a las dolencias. Me había cansado de mi misma y decidi estudiar todo el tiempo que me sobrara, para no tener que pensar. Pero nada se va solo. Por ello es que en ese momento, con las llaves en mi mano aún, los recuerdos de las decepciones volvieron y me inundaron junto al ya insoportable aroma de la pintura fresca.
Detenerme en seco no había sido casualidad, me detuve para decirme que era una estúpida. Y lo era, pues despues de una semana de lucha no había aprendido nada. ¿Estudiar que? ya olvidé todo, no había nada mas importante que recordar lo mucho que me dolía no ser correspondida.
Era seguir luchando y recordando alternadamente, o nada. La nada misma no sonaba como una opción razonable, asi que la lucha seguiría. Cruzaría la puerta y entraría en otra distracción: una familia que te dice que te ama y que no se da cuenta de lo que te sucede. Y no se lo decis, porque de cualquier modo no lo entienden; pero si quisieran intentar entenderlo tampoco podrían y terminarían inundandote de frases motivadoras para que sigas adelante en esta miserable vida de rutina que sólo sirve para olvidarte de eso. Y no se lo comentás a tus amigos, porque sabes que van a decirte que te olvides de quien no te merece, pero como no conocen a la otra parte no se dan cuenta de que no es alguien que no merezca algo. Porque a él tampoco se lo decis, lo sé, no queres apartarlo ni estancar lo poco que queda entre ambos. Sabes que es una buena persona, que se merece todo, pero que no quiere todo. No te quiere a vos.
Y ahi estas, te quedas estancada en la puerta apretando tanto las llaves en tu mano, que no haces mas que sumarle pesar a la situación. La pintura ya estaba dentro mio revolucionando todo y agravando mi dolor de cabeza.
En esta historia sin culpables ni victimas, lo único que tiene que suceder es que empieces desde el principio. Que te tires en la cama, llores hasta que no quede nada adentro, y te preguntes si vale la pena seguir. Seguir viviendo o seguir llorando, cualquier pregunta es válida. Lloras y pensas que no podes culparlo, nunca se lo dijiste; y no podes culparte, es amor imprevisto. No podes culpar a nadie mas porque nadie sabe nada. El razonamiento inmediato es que debes culpar a la vida que salió tan miserable y aburrida; a la moral, a las buenas acciones que te hicieron una persona digna de ser "amigo" y objetivo de aprovechamiento; a la vergüenza y al miedo de fracasar. La vida te da cosas y luego te pega como te pegaría tu madre si te encontrara haciendo algo desleal. Un constante "te doy esto, ahora damelo, no lo disfrutes tanto".
La pintura había comenzado a irritarme, y yo no cesaba de mirar el picaporte y el suelo sin reaccionar. Una vez que el cerebro comienza a elaborar, no hay muchas posibilidades de detenerlo.
"Alguien tiene que pagar", pensé. No es casualidad que la vida sea injusta en tantos sentidos. El sistema económico nos hace pobres, el sistema político nos hace borregos, el sistema social nos hace máquinas, el sistema propio nos hace verdugos y jueces. ¿Quien va a pagar por todo eso? Por tantas vidas arruinadas y tanta gente con sobresaltos en el pecho en este momento. ¿Cuántas personas en ese momento estarían llorando o sintiendo furia, en el umbral de su casa o de la ajena? Alguien tiene que pagar alguna vez, pero como nadie quiere ser el que caiga, nadie quiere dar el primer paso.
Es fácil adivinar cual fue la siguiente cadena de pensamiento: "¿A quien hago pagar por todo esto, entonces?". Yo daba el primer paso, el de hacer justicia. Esta existencia no se hizo sola, ni la mia ni la de las otras almas en pena, sea cual sea su motivo de sufrimiento. La hicimos todos, pero siempre hay alguno con mas responsabilidad. ¿Quien va a hacerse responsable?
Di unos pasos hacia atrás, entendiendo que estaba dispuesta a todo. Si sólo hubiese sido una decepción amorosa, quizas hubiese pensado que mi reacción era excesiva, quedando inmersa en frases de autoayuda para superar un mal trago. Sin embargo era mucho mas, era la injusticia, el sobreeesfuerzo, el aburrimiento, la espera eterna de cosas que nunca llegarían, la desesperanza, y la acumulación de heridas que ya no tenían tiempo de cerrarse. ¿Cómo hacerle pagar al sistema que tanta gente tuviese hambre, o que para llegar sin hambre a mitad de mes tantos tuviesen que ir pseudo dormidos a la madrugada a esperar un transporte que posiblemente llegaría tarde, manejado por un conductor que estaba un tanto dormido y otro tanto agotado de vivir, cuyas probabilidades de hartarse y atropellar transeuntes desprevenidos y agotados de correr de un lado a otro, eran bastante altas?
No hay culpables directos, pero si hay personas que dañan porque estan cansadas, o porque la sociedad en su papel de juez, asumiendo la moral de este sucio sistema, lo condena a ser un parásito sin trabajo y sin una imagen que defender.
La pintura se habia impregnado en mi interior, endureciendose y envolviendo mis órganos en una capa de furia inconmensurable. El verde oscuro de la puerta me incitaba a pensar en las ventajas de una guerra, donde tanta gente sin objetivos en la vida mas que el de asesinar a un rival, perdía la vida pensando que lo hacía por la patria. ¿Pero que patria? la que se figuraban, que no era otra cosa que una capa de pintura, como la de la puerta, para ocultar intereses.
¿Quien es el gran maestro de la humanidad, que le enseña a otorgar cosas para después arrebatarlas? la religión. Salir de la iglesia cantandole a Cristo que lo amamos, y luego ser miserables egoístas de la puerta para afuera; esa es la gran ópera prima de nuestro tiempo. Entrar y pensar en todo lo bueno que podemos hacer por los que viven en la calle; salir y pensar que todo es meritocracia, y que de cualquier modo no podíamos hacer nada. La religión dirigía esta magnífica obra en la que todos eramos actores temporales, todos eramos una prueba, y el tiempo demostraría que tan mal representabamos el papel de buenos borregos.
Hipocresía, interés, desilusión, desencanto, todo era obra nuestra. Todo nacía del mal que siempre albergamos y nunca quisimos reconocer. Llegada a este punto quise renegociar con la vida. Tal vez si entrara y sólo me conformara con seguir adelante soportando, finalmente algo bueno cayera sobre mi. Pero no... ¿De que sirve que algo bueno me de esta vida, si aún sigue apuñalando a miles y millones de personas simultáneamente? No sirve de nada curar la enfermedad de uno en esta granja cuando ya todos estamos infectados, todos muriendo.
Eso mismo, todos mueren sin ocuparse, cerrando los ojos a una realidad que los defraudó pegandole un cachetazo a todas las ilusiones que alguna vez se hicieron. "Voy a estudiar y a ser profesional a los 25", "Voy a comprarme un auto", "Voy a irme a vivir a un lugar tranquilo"... son todas frágiles botellitas de vidrio, y la vida es el francotirador. Llorando recordé mis ideas y mis delirios de felicidad, y cómo se fueron reemplazando por un "al menos tengo salud", "al menos puedo comer una vez al mes esto", "al menos puedo dormir en una cama". Ya ni siquiera la cama me daba lo que necesitaba, llorar ya era cosa del cesped fresco en ese parque que tanto me gustaba. Un parque donde sólo los árboles me hablaban, donde nada me genera expectativas, donde no espero ni me hago bosquejos dementes de una vida entretenida.
Pero no, nada iba a cambiar por recordar lo que ya no estaba. Todavía a unos pasos del umbral, entendía que estaba perdiendo el tiempo. ¿Por que seguir avanzando hacia un remedio, un libro de auto-superación, una charla banal sobre obras públicas, un encuentro en el tren con chicos con hambre? ¿Y por que habían pintado la puerta de ese maldito color, que me penetraba y me ahuyentaba? El dolor del desamor se había convertido en un punzante dolor de oído que me hacía preguntarme para que existíamos todos, si no hacíamos mas que arrebatarnos cosas, disputar un hueso que no era nuestro. Y la estúpida ciencia que nos dice de donde venimos, pero no nos marca el camino contrario, sino que nos hace retroceder y admirar lo que alguna vez fuimos. Los mismos idiotas, pero mas miserables y crueles. Cortábamos cabezas y lanzábamos fruta podrida a los colgados, y ahora cortamos esperanzas y lanzamos despojos roídos a los que no llegaron a subir los últimos escalones. Hipócritas y afortunados, pues si la justicia existiera como algo por fuera de nosotros, si hubiese un dios justiciero al que cantarle en la cara que lo amamos, ya nos hubiésemos extinguido.
Ya en la calle, noté que no había mas nada que decir. Alguien tiene que pagar.
En este momento no me duele ni me pesa recordar lo que anoche sucedió frente a la puerta. El fuerte aroma de la pintura finalmente me penetró y se pegó a mis nervios, activando mis mecanismos dormidos, otorgandome derechos que no sabía que tenía. Desde aquí puedo ver la puerta, y frente a ella a los patrulleros. Puedo imaginar a mi madre en desesperación y a mis hermanos pensando que ojalá estuviese en lo de una amiga. No tengo amigas, lo siento, o al menos ninguna que comprenda este momento. La Yo de hoy, que espera a las 9 a los primeros incautos salir de la iglesia cantando, no tiene acompañante, no tiene conexiónes. Hoy ellos son mis frágiles botellitas.

domingo, 25 de agosto de 2019

Soñé que empujaba una puerta. 
La puerta estaba tan horrorosamente encajada, que no se movía un milimetro. 
El picaporte estaba ahí, brillante como recientemente pulido, pero yo no lo tocaba, le tenía miedo. 
Creo que pensaba que si tocaba el picaporte la puerta se inmovilizaría mas. 
Mi trabajo consistía únicamente en hacer infinita presión sobre la madera, que al parecer era mi enemiga, pues no cedía ni por lástima hacia mi. 
Me senti frustrada, me sentí presionada, senti que mi esfuerzo era ridículo y que alguien en algún punto del espacio podía verme empujar y reirse. 
Pero tal cual la puerta, yo tampoco cedí un milimetro. 
Quise dejarlo, lloré, dramaticé, me pregunté que hacía mal, pero no pude abandonarlo. 
Sabia que abrir esa puerta me llevaría a una satisfacción y una felicidad que hace mucho buscaba. 
Pero mis deseos y expectativas no lograban mas que entristecerme cuando no tenía éxito, pensando que nunca me desencajaría a mi misma, o a la puerta. 
Me moví en círculos, sentí que giraba y que ya no presionaba hacia allí sino también hacia aquí, una y otra, y otra vez. 
Soñé que mi tristeza me pedía amor propio, y que me pedía piedad, que me decía que lo deje ya. 
Soñé que no podía, que detenerme era detener mis esperanzas y mi propio sueño. 
Soñé que descubría algo, que entendía que el esfuerzo debía hacerse de los dos lados de la madera para mover su punto de traba. 
Soñé que el balance podía hacer ceder a este infeliz mundo que quería impedirme mover la puerta.
Pero soñé que estaba sola, empujando todo lo que pudiera, deseando que si no lo hacía alguien, que la puerta sola se moviera. 

jueves, 15 de agosto de 2019

Algunas personas son como un color. Un amarillo es aquel del que uno sabe que no va a conseguir encontrar mas que una superficialidad aburrida. Ese otro es verde claro, intenso y llamativo, agobiante grita su vida a cada paso que da. El anaranjado es el calmo que no quiere expresarse, el que observa de lejos y sabe cuando entrar en escena, sorprendiendo, pero nunca destacando demasiado. Y aquel otro se asoma a un rosado aburrido, alguien que gusta de llamar la atención pero no lo logra, porque es imitación, alguien que concluyó que el mejor modo de ser parte de algo, era imitando y asomandose levemente a varios colores a la vez. El negro, como era de esperarse, es el que no se quiere demasiado, asi que pasa la vida escondiendose. Y el celeste es aquel del que todo se piensa pero nada se sabe con seguridad, a veces porque no sabe expresarse, a veces porque no se deja ver.
Algunas personas son como canciones. Suaves y tendiendo a lo pasional; delicados y detallistas llegando al extremo poético; tan indeterminados que por momentos parecen poco y de repente son mucho; o fuertes y superadores queriendo apuñalar y perforar cada intento de simpleza.
Pero hay personas que no son sólo colores y no son sólo canciones. Que se manifiestan como un remolino que lanza cosas hacia todos lados demostrando todo lo que aún puede dar. Esas son mis personas favoritas, y a ellos es a quienes dedico mas tiempo de observación. Son la noche o el día, el anochecer o el amanecer, totalidades formadas o transiciones turbulentas. El día nunca fue mi momento preferido, nos mantiene alertas y nos recuerda cómo la vida todavía puede castigarnos. La noche es mas amena, mas cómoda, mejor preparada para refugiarse en uno mismo, y tambien mas dificil porque nos recuerda que el día volverá y que lo bueno no dura tanto.
Me gusta pensarme como transición, sentir el momento del anochecer en mi. Me gusta ver ese intercambio de guardia en los astros como si se estuviese destapando algo, como si surgiese la necesidad del momento, de expresarse enteramente.
Soy transición, y no totalidad. El día me espanta y la noche me abruma. Preciso de la turbulencia, de lo pequeño, de la desnudez absoluta de los espíritus en pocos y sublimes instantes, de lo espontáneo que desaparece rápidamente y se repite constantemente, sin dejarse descubrir demasiado. Necesito el tumulto momentáneo y el descanso inevitable, la sinceridad excesiva y la oscuridad y tranquilidad de la noche que, inagotable, siempre llega a decirme que ahi está, y que no lo he visto todo.