miércoles, 30 de octubre de 2019

Bolsa de Residuo


No supe hacer otra cosa que seguirle el rastro. A qué hora se iba, a qué hora se reunía, donde encontrarla en las frías mañanas de los Miércoles cuando no trabajaba, las materias que cursaba y los horarios en los que iba a almorzar al bar de la esquina con Directorio. Un café mediano, dos de azúcar y si es posible con crema, y alguna comida rápida de hacer con abundante verdura. No le gustaba esperar, la mataba la ansiedad y evitaba las expectativas. No gustaba de decepcionarse, se deprimía rápidamente, y con la misma facilidad se reponía sin contarle a nadie por lo que pasaba. Muchos amigos y poca familia, padre muerto y hermanos adultos y responsables cuyo único objetivo residía en preocuparse por sus ganancias mensuales.
Y es así que nadie me notó en cada ventana, en cada mesa, en cada sala de cine y en cada momento donde su bella sonrisa se manifestaba, viviendo plenamente como si siempre hubiese un mañana. Pero no hay mañanas suficientes en esta vida, y ella no podría hacer todo lo que quisiera con su tiempo, porque ya no era su vida la que manipulaba. Era mía, yo sentía por ella, yo estaba atento a sus desesperanzas y sueños, y sólo yo sabía cómo se desarrollaría su día a día. El destino de sus decisiones estaba echado hace mucho, sin tener ella oportunidad de dirigirlo.
Un día me desperté pensando que todo había dado una vertiginosa vuelta, y que ahora todo se daba de manera aleatoria, sin sentido. Y fue ese día en que me di cuenta en mi desesperación, que estaba viviendo en un cuerpo extraño, que había nacido y moriría por su existencia. Pero su cuerpo aun no era mío, lo estaba manejando alguien que no sabía qué hacer con él y que por ello seguía el camino aburrido y preestablecido de la rutina.
Siguiendo su rastro, descubrí que desconocía muchas cosas absurdas acerca de las mujeres, y que aun así, como si una fuerza externa en el universo nos obligara a mantener el contacto, el género femenino me enamoraba. Pero hablar en general es también absurdo y banal, porque quien me enamoraba era ella, y al ser parte de mi todo, me enamoré también de mí. Éramos radicalmente opuestos, y por ello podíamos conformar uno sólo, logrando constituir un ser único y asquerosamente perfecto que no aspiraba a la felicidad porque la contenía de principio a fin. En la unión, su amor por la rutina desaparecía porque no codiciaba las irracionales necesidades de un burdo humano, no hacía falta más que mantenernos juntos y despedirse de las preocupaciones.
Al menos así era en mi cabeza, ya que en su mente no había lugar para tal modelo, ni tampoco había lugar para mí. En su egoísta decisión de hacerme a un lado para quedarse con las imperfecciones que la vida le ofrecía, echó por tierra también mis imágenes y me redujo a una mitad putrefacta que lloraba por su otra parte, se arrastraba, gritaba, reclamaba lo suyo. No había forma en que yo pudiera aceptar tal cosa, aceptar ser una mitad por siempre sin otro sentido en la vida que el de recuperar lo que se había escapado de mis manos.
Entonces su día a día pasó a ser el mío, sentí sus dolores y sus lágrimas, sus decepciones... pero no sentí su felicidad. Su alegría era egoísta y se reservaba sólo para su portadora, era un estorbo, un muro frente a mis intenciones de vivir por ella. Era además falsa, no podía existir felicidad en su vida si no me tenía a mi como su complemento, si no conformábamos al ser superior que estoy seguro, solía existir en nuestra unión. Como falsedad, su felicidad no hacía más que fastidiarme, no podía sentirla porque no era real.
Creo que ella lo sabía todo, que su existencia no era más que un rejunte de opciones temporales para complementar la mitad que le faltaba, y que esa parte faltante le seguía los pasos como un perro abandonado buscando su cariño. Lo sabía y en su estupidez continuaba como si nada sucediera; ignoraba las señales, me ignoraba a mí, que vivía para demostrarle lo equivocada que había estado. La sombra de su infinita felicidad la acechaba, pero la desoía porque era una idiota sin rumbo que necesitaba que alguien la golpeara para caer en los hechos, los reales hechos. Y siendo yo su conciencia y su saber, su profesor y su única salvación, debí ser yo quien le hiciera ver lo que estaba perdiendo, lo banal que era, lo prostituta que era conformándose con cualquier cosa... el error en el que se había transformado sin mí para dirigir su rumbo.
Sólo una advertencia. Tal vez pensó que era una broma, o que había equivocado al destinatario. Pero cuando uno se ciega y deja de prestarle atención a las huellas que le marca el universo mismo, también desoye los pasos detrás suyo. Cada última bocanada de aire frío fue mía, ella sufría y yo sufría, ella lloraba y yo lloraba. Su grito ahogado era el mío, sus penetrantes ojos negros reconociéndome en la oscuridad de la noche, eran su fraudulenta felicidad reconociendo en mi al portador de su única necesidad. El filo ensangrentado salía, y su espíritu entraba en mí, completándome, haciendo realidad lo que siempre debió ser, conformando al ser perfecto que alguna vez fuimos los dos.

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Esta mañana recibí un mensaje extraño que advertía acerca de lo inevitable. No sé explicar de dónde vino, y sin embargo me hizo recordar el vértigo que siento hace tiempo. Mi cuerpo espera pacientemente a que pase algo que me cambie la vida por completo, pero mi mente sigue sumergida en los asuntos de la cotidianeidad, como si todo fuese normal. Constantemente me fuerzo a entrar en actividad para olvidarme de las cosas que dejé atrás una vez que decidí irme. Siento al pasado detrás de mí y en cada café que tomo, en el nuevo trabajo y en mi cama al intentar dormir. Hace unos días me pareció ver a un tipo que conocí y con el que salí unos meses, en una de las mesas del bar donde suelo almorzar. Un tipo que no tiene razones para andar dando vueltas por aquí, que no podría estar aquí, pero que mi mente recreó en un estúpido intento por hacerme retroceder a una vida que quiero esconder. Barrer el pasado, dice mi psicólogo. Más de una vez le he preguntado cómo es que puedo barrer mi pasado sin tenerlo presente, sin que me sacuda. Nunca supo contestarme otra cosa que la repetición de lo anterior... el "vos podes" lo tiene pegado a la lengua, ¿Y qué es lo que puedo?
Escribir en cada pedazo de papel que encuentro, en cada momento que tengo libre para pensar, es mi única salvación. La comida no sabe igual, la brisa del otoño aproximándose no se siente del mismo modo aquí que allá. Otra boca come por mí, yo estoy ausente en cada paso de mi existencia. Este pedazo de papel es todo lo que soy ahora. Tengo miedo y no sé de qué, tengo náuseas cuando salgo a trabajar y siento la humedad impregnándose en mi ropa, siento que espero y sin embargo no sé qué es lo que se me aproxima.
Ese mensaje terminó por descolocarme. No creo que haya sido intencional, o siquiera para mí, pero la sensación al leerlo se asemejó a lo que se siente cuando alguien está a punto de tocarte el hombro para llamar la atención. De algún modo ese mensaje no era para mí, pero sí lo era, la existencia me marcaba las huellas que yo no vi porque no quería ver. Un escalofrío fue suficiente, un pinchazo en mi espalda fue suficiente.
No puedo pedir ayuda... es decir, ¿Quién me va a prestar auxilio por una sensación? Ahí está de vuelta, otra vez lo veo ¿Por qué a él? Mis labios saben a dulce, el café, una vez más, no está haciendo el efecto esperado. Enloquezco cada vez más, el frio recubre mis párpados y los siento cansados. Es todo mi imaginación, es todo mi imaginación.

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