miércoles, 21 de agosto de 2013

El Pasaje Armental.

Sabia con claridad que el frío se sentiría fuerte esta noche. Habrá sido el viento de la tarde azotando los paraísos y dejando caer esas cositas extrañas, o el hecho de que la estufa no estuviera calentando del todo bien en casa. O quizás quien me había alertado había sido mi hermana, con su habitual humor que le da nuevos nombres a todo, a la lluvia, al viento, a la señora de la esquina con su perrito chillon, a los mosquitos...
Lo cierto es que hacia frío, un frío que entumecía los pies y que esperaba encontrar un bolsillo dentro de otro en el saco que llevaba esa noche. Y bien es sabido que a medida que uno se acerca al río, el temblor de piernas y brazos crece enormemente. No se de quien no me acorde esa noche, intentando distraer mi mente, de lo que seria mi objetivo. El deseo de perderme era una total ilusión, y un sueño imposible de realizar ya que cuando se esta destinado a un sendero, a un real sendero de esos que solo se pueden encontrar en historias fantásticas, es imposible retroceder. Solo se puede quedar uno con esas miradas furtivas, tildado en medio de la vereda y al lado de un doberman, que desafiante, espera un movimiento para atacar con sus ladridos. Y eso es precisamente lo que sucedió, cuando al fin me acerque a la zona alta.
En mi incertidumbre, no me había percatado del dulce aroma acaramelado que solía alertarme acerca de la cercanía con el que entonces era, y aun hoy es, el enlace para con mi inconciente. Y es que eso era precisamente lo antagónico de toda añoranza en mi ser. Fue el aroma del peligro el que hizo que me detuviera en seco, un peligro interno mas que nada, un aroma propio aplicado eficaz e inteligentemente como una personalización de aquello a lo que temía sin razón aparente, el Pasaje Armental.
Era tan conciente de estar generando yo mismo el terror que me acechaba a medida que me acercaba, y tan seguro de no poder avanzar a pesar de ello, que lleve mi cuerpo y mi mente a una inmovilidad no aconsejable a tan altas horas de la noche. Aun mas en esta, mi desdichada ciudad. La sensación de bienestar no la vislumbraba desde el momento en que abandone mi hogar, único lugar seguro en vistas a mi actual recorrido. Mas de una vez he atribuido este problema a los viejos cuentos que contaban los borrachos del barrio, acerca de las inexplicables (como siempre, como en todas las historias) situaciones que se vivían en el Pasaje. Sorprendentemente no había tenido el valor de acercarme y observarlo siquiera de una cuadra atras, y sin embargo estaba seguro de conocerlo, seguro de conocer hasta la mas pequeña de sus grietas. Y esto es realmente lo que me asustaba, el conocerlo, o quizás el llegar a conocer algo creyendo que era una cosa, o sintiendo que era esa cosa, y descubrir al fin que no era precisamente eso, si no mas bien algo mas grave, algo que lo hiciera aun mas misterioso. Y como misterioso, no podía dejar de atacar a mi curiosidad. El temer a mi propia curiosidad, detenía mis pasos y me dejaba meditar generalmente, pero ese día, con aquel perro alerta a mis movimientos y con un grado de racionalidad definitivamente bajo, llegue inevitable y lamentablemente, a ver aquella esquina, única entrada a aquello que yo temía no saber.
La conclusión, fue que mi curiosidad se activara claro esta. Ya no era un lugar obscuro, ya era un objetivo cada vez mas cerca. Y así, con los ladridos, el rugido del viento, las pequeñas gotas de lluvia congelada que caían en mis pómulos, mis pisadas eran cada vez mas oscuras, cada vez mas ruidosas, cada vez mas cercanas a lo que seria una muerte segura, un encuentro con el espacio mas pernicioso de mi ser, mi inconciente. Los pasos eran cada vez mas largos. El estar acercandome era estar a punto de tropezar, a punto de caer al vacío, posar tan solo el talón sin tener la seguridad del espacio para el resto del pie. Y el ansia, ¡dios!, el ansia de ver, de saber, el casi correr y seguir viendo tan solo la esquina como si el camino de una cuadra a otro fuese casi interminable, el estar buscandome a mi mismo, el estar buscando aquello que no soy. Cada paso me hacia mas desconocedor, y mas feliz... y el camino dejo de andar, mi cuerpo se detuvo y mi mente siguió avanzando a pasos agigantados. Entonces sin meditarlo, dejando atrás todo rastro nocivo de una conciencia y de la que una vez creí cierta inteligencia, entre al Pasaje Armental.
Era todo y no era nada. Era mi vida, y era el momento de mi muerte. Cerrado, como suponíamos todos, solo me dejaba ver un lado de lo que parecía una larga habitación. el otro lado era yo, era el caminar mirando siempre a la izquierdo, buscando el rastro y las sombras que otros hubiesen dejado, y que hicieran que este fuera el pasaje mas pesadillesco que podía imaginar mi retorcida mente. El lado, el único lado del pasaje, era solo un muro con ventanales cuyas cortinas, pintadas y al mismo tiempo moviendose al son de las ráfagas de viento, se mantenían cerradas lo mas que podían. Entre el gran muro y yo, que caminaba sin rumbo intentando encontrar esas grietas que yo ya conocía, mediaba un pasillo que parecía ser solo el comienzo de un gran río, el cual solo se extendía de ancho dos metros. Dos metros que en mis condiciones no dejaban de ser imposibles, con la excitación del momento y con las visiones de las puertas que al otro lado podría encontrar palpando todo el muro. Y adelante, por supuesto, no era nada, no había nada, y no había fin para esa nada. Podría haber caminado por horas, a medida que mi locura se acrecentaba y mis sentidos se encendían buscando algún indicio de lo que seria una unidad de vida, y lo seria todo para mi. Algo que me contara los secretos de seguir, o de saltar el río, o de intentar bordearlo kilómetros mas adelante. Pero ese río era aun mas siniestro que el muro de la izquierda. Un río pequeño del cual podría haber salido la mas espantosa de las criaturas, pero de la cual no habría sabido nada antes de que me devore. Ambos eran tan solo criaturas indefensas de aquel pasaje, al menos así se lo podría creer desde afuera. Una vez dentro la victima era uno mismo, sus ojos y su olfato, su mente, su conciencia.
No se cuanto caminé, no se si había algo mas. Se que el muro era mi objetivo, se que las ventanas no dejaban ver nada a través de ellas, se que eran estáticas, que no había nada allí, y sin embargo estaba todo "yo" por dentro de todo esto. Se que el río era un lago, o una laguna, o un charco, que era grande y ancho, pero que no sabia de dimensiones sino de destrezas. Se que cualquiera de ellos me hubiese atrapado, o eso es lo que creía en un principio.
Poco a poco empece a entender que no sabia nada. Que lo único que sabia era que ese muro era yo, mi otro yo, y que ese río era el impedimento de poder llegar a mi, y que quizás este, era el escenario que nunca había querido enfrentar en mis sueños, que mis mas profundos deseos no habían querido ver para no desilusionarse, para no perder la esperanza que la realidad hace pedazos. Se que mis pies sangraban, y que ahora las sombras de las personas que seguramente vagaban como yo en aquel pasaje, eran las que me acompañaban, hacia un lado y hacia el otro. Solo sombras, solo sombras que quizás habían llegado como yo impulsados por la curiosidad, o llevados por su otro yo, para conocer el mundo que la inconciencia disfraza en los sueños. Se que mis labios y mi brazo izquierdo, comenzaron a caer, a desplazarse como si estuviesen derritiéndose, como si yo fuera esas gotas de lluvia helada que afuera en el otro infierno me acechaban. Era la escena mas terrorífica e increíble el verme y sentirme un cuadro abstracto, el gritar y que no saliera nada de allí, porque el sonido no era parte necesaria de esa realidad. Después de ello ya no se nada, se que caí, completamente hecho de agua, o de tela, o del material mas blando y maleable que se pueda encontrar. Se que siempre mire hacia la izquierda, y que al fin cuando ya no quedaba nada de mi, intente ver, erróneamente, a mi derecha. Que error, que gran error. A mi derecha no había mas que el cuerpo del que una vez fui yo, vagando eternamente, vagando siempre buscando a su otro yo, o quizás a la muerte, en su hombro izquierdo, sin saber y sin la necesidad de conocer, que su destino era caer al río, caer conmigo, sin poder cruzar jamás al otro lado, a su doble. Y es entonces, cuando mi último rastro de conciencia logró ver en los labios de aquel que caminaba, una palabra desplazándose sin sonido alguno, una palabra definitiva...
- Kairós...