lunes, 10 de junio de 2019

Me desperté de un sobresalto y tomé algo para anotar. Las sombras siempre estan dispuestas a escuchar mi relato, asi que no dudé en escribir y esperar su respuesta. Las palabras y las sensaciones todavía temblaban dentro de mi, alejándose lenta y dolorosamente para abandonarme unos minutos mas tarde, dándome un tiempo prudencial para que decidiera que hacer con ellas. Pero no siempre puedo gozar de la generosidad de la luz que en mis noches se enciende. En general decide apagarse a mitad de camino, o se rie de mi al verme abrir los ojos, como diciéndome "Ey, te di un mensaje y ahora te lo quito". Esa constante lucha con la claridad de mi interior me desespera; por momentos pienso que no puedo entenderla, y por otros que no debería entender nada y dejar que todo caiga por su peso. Pero no me satisface la duda, así como tampoco lo hacen el "destino" o la "suerte", entonces pienso y pienso, escribo y escribo, para al final terminar a sus pies rendida.
Me desperté cantando también, una mezcla de lo que escuché en esa última fracción que todavía sentía, y de lo que me gusta cantar a diario pensando que hacer. Que hacer con ese eterno problema de hacer lo que quiero o de hacer lo que debo, de ser como ellos quieren o ser como ya soy. Entonces canté, con una vocecita suave que nadie podía escuchar. Porque cantar para mi es como hablar de lo que siento; si me escuchás es porque querés escucharme, porque te acercás lo suficiente comprendiendo que hablo despacito y con miedo.
Canté y escribí, terminé y me levanté, caminé y pensé. Pero la luz no era tan clara a mis ojos, a los sentidos de una mortal conciente y despierta, que en realidad duerme y no entiende.
Entonces pensé en el oscuro cielo y las galaxias tan claras, como lo extraño y lo prohibido, como una inmensidad acercándose y aplastándome, solicitándome atención y decisión, esperando una respuesta. Pensé en la pesada lluvia de lo antiguo, cayendo sobre mi y amenazándome, avisándome que no volviera sobre mis pasos, que era peligroso. Pensé en el sabor de la sangre en mi boca, que todavía perduraba, y en el instante en que me di cuenta de lo tarde que era. La lluvia cesaba, tímidamente y decepcionada de mi, de que no entendía, de que no la escuchaba retumbar y seguía mi camino. Pensé en mi esperanza y mi convencimiento de seguir hacia adelante, segura de que podía solucionar todo transformando a mis errores pasados en una solución temporal al presente.
Cuando llegué a ese punto retrocedí y pensé en mi persona, espantando a las moscas que amenazaban con pudrir todo mi interior expuesto al tiempo y al movimiento. Interpreté que eran mis sentimientos los expuestos, recordando esos momentos fugaces que tengo de escupir verdades y sentires sin mayores enredos. Comprendí que estaba dando mucho, entregándome sin rodeos al paso del tiempo y al destino, a los viejos métodos y a las soluciones espontáneas.
Y aún cantando retrocedí un poco mas, y me encontré arrancándome la piel por el dolor. Me encontré haciéndolo sin ayuda y desesperadamente, extirpando todo lo que me molestaba y lo que me hacía pensar y llorar, pensar y reír, pensar y ser feliz, y sufrir.
Y entonces mi claridad se abrió a mis sentidos y entendí que todavía cantaba, que todavía me reía recordando este o aquel comentario o anécdota, que mientras me interpretaba te interpretaba a vos. Que cuando cantaba, en realidad intentaba llegar a tu voz. Que cuando sonreía, en realidad todavía soñaba. Que cuando moría, en realidad caía en lo inevitable de sentir, lo que no quiero admitir.