martes, 9 de abril de 2024

La última vez que miré, había un candado. Uno de esos fuertes, que parecen de buena calidad o al menos confiables. Siempre dije que nadie ni nada podía romper ese candado, mientras me sentía orgullosa de él, tan duro y tan seguro, mostrándose al mundo como una fuerte coraza que no dejaba traspasar nunca de más.
Siempre lo justo y necesario, así me enseñaban, nunca dejes que metan la llave y den la vuelta completa con ella. A lo mejor se escapa algo, a lo mejor está todo tan apretujado dentro que si abrís un poco la puertita, ese todo sale expulsado hacia afuera y golpea. Porque si, todos sabemos que golpea duro, que cual puñetazo que no se ve venir por la espalda, el impacto es sólo el 10%. Después quedan las dolencias, después quedan las quejas, las suposiciones, los deseos de no haberle dejado la llave a nadie. Y lo más importante, el dolor de que no te avisen que van a girar la llave.

Ya no hay candado, y tal como había previsto, todo salió expulsado, escupiéndome a la cara y riéndose de yo tener tanta confianza en ese metal arruinado por el tiempo. 
En algún punto, en algún momento, la llave giró. Todavía la siento girar, una y otra vez, la veo y me imagino y supongo y pienso en por qué pasó, por qué no la detuve antes, por qué dejé la llave por ahí, por qué guardé todo en el mismo sitio.
La llave giró y el candado se rompió, y con él la posibilidad de poner otro. Porque explotó. Se rompió, se destrozó en el momento, en el instante en que no me di cuenta. Ahora la explosión, el humo, las llamas me ahogan.
Y ya no hay más dentro, nada más, nunca más.Y todavía nadie me explicó por qué se rompió.