Un salto de dos o tres escalones. Asi es como siento que empuja mi pecho hacia adelante cuando lo recuerdo, como si saltara en bajada sin descanso y con toda la fuerza que me queda. A veces es un sobresalto acompañado de una sonrisa, otras veces lo acompaña una lágrima, pero siempre intento que sea un recuerdo que se añore. De niña me enseñaron que las cosas buenas que nos han pasado, tienen que ser recordadas bien y con amor.
¿Pero que amor? ¿El suyo, inexistente y desconfiado, o el mio, que saltaba y brillaba para hacerse notar y entender? ¿Cual es el límite del amor en los recuerdos? No creo poder recordar mis lágrimas de decepción con amor, pues ese es precisamente el amor que duele, el que no queremos sentir mas. Entonces te enseñan a hacer un viaje fugaz al pasado y recordar lo hermoso, lo que valió la pena. Y eso pesa todavía mas. ¿Entonces está el amor siendo ultrajado por el dolor?
Eso me preguntaba cuando llegando a mi casa, me detuve en el umbral, inmersa en los pensamientos que como fantasmas de noche te asedian cuando no estas agobiado por el mundo y su rutina. La puerta recién pintada me invadió con su aroma, advirtiéndome que no la tocara demasiado. Pero que va, ya le había apoyado mi mano en el golpe seco que di cuando me di cuenta de que el dolor volvía.
Ya había pasado una semana desde que las lágrimas le ganaron a las sonrisas en este partido. Se turnaban otorgandome pequeños pedazos de recuerdos limpios que pudiera almacenar, para despues arrebatarlos y dar paso a las dolencias. Me había cansado de mi misma y decidi estudiar todo el tiempo que me sobrara, para no tener que pensar. Pero nada se va solo. Por ello es que en ese momento, con las llaves en mi mano aún, los recuerdos de las decepciones volvieron y me inundaron junto al ya insoportable aroma de la pintura fresca.
Detenerme en seco no había sido casualidad, me detuve para decirme que era una estúpida. Y lo era, pues despues de una semana de lucha no había aprendido nada. ¿Estudiar que? ya olvidé todo, no había nada mas importante que recordar lo mucho que me dolía no ser correspondida.
Era seguir luchando y recordando alternadamente, o nada. La nada misma no sonaba como una opción razonable, asi que la lucha seguiría. Cruzaría la puerta y entraría en otra distracción: una familia que te dice que te ama y que no se da cuenta de lo que te sucede. Y no se lo decis, porque de cualquier modo no lo entienden; pero si quisieran intentar entenderlo tampoco podrían y terminarían inundandote de frases motivadoras para que sigas adelante en esta miserable vida de rutina que sólo sirve para olvidarte de eso. Y no se lo comentás a tus amigos, porque sabes que van a decirte que te olvides de quien no te merece, pero como no conocen a la otra parte no se dan cuenta de que no es alguien que no merezca algo. Porque a él tampoco se lo decis, lo sé, no queres apartarlo ni estancar lo poco que queda entre ambos. Sabes que es una buena persona, que se merece todo, pero que no quiere todo. No te quiere a vos.
Y ahi estas, te quedas estancada en la puerta apretando tanto las llaves en tu mano, que no haces mas que sumarle pesar a la situación. La pintura ya estaba dentro mio revolucionando todo y agravando mi dolor de cabeza.
En esta historia sin culpables ni victimas, lo único que tiene que suceder es que empieces desde el principio. Que te tires en la cama, llores hasta que no quede nada adentro, y te preguntes si vale la pena seguir. Seguir viviendo o seguir llorando, cualquier pregunta es válida. Lloras y pensas que no podes culparlo, nunca se lo dijiste; y no podes culparte, es amor imprevisto. No podes culpar a nadie mas porque nadie sabe nada. El razonamiento inmediato es que debes culpar a la vida que salió tan miserable y aburrida; a la moral, a las buenas acciones que te hicieron una persona digna de ser "amigo" y objetivo de aprovechamiento; a la vergüenza y al miedo de fracasar. La vida te da cosas y luego te pega como te pegaría tu madre si te encontrara haciendo algo desleal. Un constante "te doy esto, ahora damelo, no lo disfrutes tanto".
La pintura había comenzado a irritarme, y yo no cesaba de mirar el picaporte y el suelo sin reaccionar. Una vez que el cerebro comienza a elaborar, no hay muchas posibilidades de detenerlo.
"Alguien tiene que pagar", pensé. No es casualidad que la vida sea injusta en tantos sentidos. El sistema económico nos hace pobres, el sistema político nos hace borregos, el sistema social nos hace máquinas, el sistema propio nos hace verdugos y jueces. ¿Quien va a pagar por todo eso? Por tantas vidas arruinadas y tanta gente con sobresaltos en el pecho en este momento. ¿Cuántas personas en ese momento estarían llorando o sintiendo furia, en el umbral de su casa o de la ajena? Alguien tiene que pagar alguna vez, pero como nadie quiere ser el que caiga, nadie quiere dar el primer paso.
Es fácil adivinar cual fue la siguiente cadena de pensamiento: "¿A quien hago pagar por todo esto, entonces?". Yo daba el primer paso, el de hacer justicia. Esta existencia no se hizo sola, ni la mia ni la de las otras almas en pena, sea cual sea su motivo de sufrimiento. La hicimos todos, pero siempre hay alguno con mas responsabilidad. ¿Quien va a hacerse responsable?
Di unos pasos hacia atrás, entendiendo que estaba dispuesta a todo. Si sólo hubiese sido una decepción amorosa, quizas hubiese pensado que mi reacción era excesiva, quedando inmersa en frases de autoayuda para superar un mal trago. Sin embargo era mucho mas, era la injusticia, el sobreeesfuerzo, el aburrimiento, la espera eterna de cosas que nunca llegarían, la desesperanza, y la acumulación de heridas que ya no tenían tiempo de cerrarse. ¿Cómo hacerle pagar al sistema que tanta gente tuviese hambre, o que para llegar sin hambre a mitad de mes tantos tuviesen que ir pseudo dormidos a la madrugada a esperar un transporte que posiblemente llegaría tarde, manejado por un conductor que estaba un tanto dormido y otro tanto agotado de vivir, cuyas probabilidades de hartarse y atropellar transeuntes desprevenidos y agotados de correr de un lado a otro, eran bastante altas?
No hay culpables directos, pero si hay personas que dañan porque estan cansadas, o porque la sociedad en su papel de juez, asumiendo la moral de este sucio sistema, lo condena a ser un parásito sin trabajo y sin una imagen que defender.
La pintura se habia impregnado en mi interior, endureciendose y envolviendo mis órganos en una capa de furia inconmensurable. El verde oscuro de la puerta me incitaba a pensar en las ventajas de una guerra, donde tanta gente sin objetivos en la vida mas que el de asesinar a un rival, perdía la vida pensando que lo hacía por la patria. ¿Pero que patria? la que se figuraban, que no era otra cosa que una capa de pintura, como la de la puerta, para ocultar intereses.
¿Quien es el gran maestro de la humanidad, que le enseña a otorgar cosas para después arrebatarlas? la religión. Salir de la iglesia cantandole a Cristo que lo amamos, y luego ser miserables egoístas de la puerta para afuera; esa es la gran ópera prima de nuestro tiempo. Entrar y pensar en todo lo bueno que podemos hacer por los que viven en la calle; salir y pensar que todo es meritocracia, y que de cualquier modo no podíamos hacer nada. La religión dirigía esta magnífica obra en la que todos eramos actores temporales, todos eramos una prueba, y el tiempo demostraría que tan mal representabamos el papel de buenos borregos.
Hipocresía, interés, desilusión, desencanto, todo era obra nuestra. Todo nacía del mal que siempre albergamos y nunca quisimos reconocer. Llegada a este punto quise renegociar con la vida. Tal vez si entrara y sólo me conformara con seguir adelante soportando, finalmente algo bueno cayera sobre mi. Pero no... ¿De que sirve que algo bueno me de esta vida, si aún sigue apuñalando a miles y millones de personas simultáneamente? No sirve de nada curar la enfermedad de uno en esta granja cuando ya todos estamos infectados, todos muriendo.
Eso mismo, todos mueren sin ocuparse, cerrando los ojos a una realidad que los defraudó pegandole un cachetazo a todas las ilusiones que alguna vez se hicieron. "Voy a estudiar y a ser profesional a los 25", "Voy a comprarme un auto", "Voy a irme a vivir a un lugar tranquilo"... son todas frágiles botellitas de vidrio, y la vida es el francotirador. Llorando recordé mis ideas y mis delirios de felicidad, y cómo se fueron reemplazando por un "al menos tengo salud", "al menos puedo comer una vez al mes esto", "al menos puedo dormir en una cama". Ya ni siquiera la cama me daba lo que necesitaba, llorar ya era cosa del cesped fresco en ese parque que tanto me gustaba. Un parque donde sólo los árboles me hablaban, donde nada me genera expectativas, donde no espero ni me hago bosquejos dementes de una vida entretenida.
Pero no, nada iba a cambiar por recordar lo que ya no estaba. Todavía a unos pasos del umbral, entendía que estaba perdiendo el tiempo. ¿Por que seguir avanzando hacia un remedio, un libro de auto-superación, una charla banal sobre obras públicas, un encuentro en el tren con chicos con hambre? ¿Y por que habían pintado la puerta de ese maldito color, que me penetraba y me ahuyentaba? El dolor del desamor se había convertido en un punzante dolor de oído que me hacía preguntarme para que existíamos todos, si no hacíamos mas que arrebatarnos cosas, disputar un hueso que no era nuestro. Y la estúpida ciencia que nos dice de donde venimos, pero no nos marca el camino contrario, sino que nos hace retroceder y admirar lo que alguna vez fuimos. Los mismos idiotas, pero mas miserables y crueles. Cortábamos cabezas y lanzábamos fruta podrida a los colgados, y ahora cortamos esperanzas y lanzamos despojos roídos a los que no llegaron a subir los últimos escalones. Hipócritas y afortunados, pues si la justicia existiera como algo por fuera de nosotros, si hubiese un dios justiciero al que cantarle en la cara que lo amamos, ya nos hubiésemos extinguido.
Ya en la calle, noté que no había mas nada que decir. Alguien tiene que pagar.
En este momento no me duele ni me pesa recordar lo que anoche sucedió frente a la puerta. El fuerte aroma de la pintura finalmente me penetró y se pegó a mis nervios, activando mis mecanismos dormidos, otorgandome derechos que no sabía que tenía. Desde aquí puedo ver la puerta, y frente a ella a los patrulleros. Puedo imaginar a mi madre en desesperación y a mis hermanos pensando que ojalá estuviese en lo de una amiga. No tengo amigas, lo siento, o al menos ninguna que comprenda este momento. La Yo de hoy, que espera a las 9 a los primeros incautos salir de la iglesia cantando, no tiene acompañante, no tiene conexiónes. Hoy ellos son mis frágiles botellitas.
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