Algunas personas son como un color. Un amarillo es aquel del que uno sabe que no va a conseguir encontrar mas que una superficialidad aburrida. Ese otro es verde claro, intenso y llamativo, agobiante grita su vida a cada paso que da. El anaranjado es el calmo que no quiere expresarse, el que observa de lejos y sabe cuando entrar en escena, sorprendiendo, pero nunca destacando demasiado. Y aquel otro se asoma a un rosado aburrido, alguien que gusta de llamar la atención pero no lo logra, porque es imitación, alguien que concluyó que el mejor modo de ser parte de algo, era imitando y asomandose levemente a varios colores a la vez. El negro, como era de esperarse, es el que no se quiere demasiado, asi que pasa la vida escondiendose. Y el celeste es aquel del que todo se piensa pero nada se sabe con seguridad, a veces porque no sabe expresarse, a veces porque no se deja ver.
Algunas personas son como canciones. Suaves y tendiendo a lo pasional; delicados y detallistas llegando al extremo poético; tan indeterminados que por momentos parecen poco y de repente son mucho; o fuertes y superadores queriendo apuñalar y perforar cada intento de simpleza.
Pero hay personas que no son sólo colores y no son sólo canciones. Que se manifiestan como un remolino que lanza cosas hacia todos lados demostrando todo lo que aún puede dar. Esas son mis personas favoritas, y a ellos es a quienes dedico mas tiempo de observación. Son la noche o el día, el anochecer o el amanecer, totalidades formadas o transiciones turbulentas. El día nunca fue mi momento preferido, nos mantiene alertas y nos recuerda cómo la vida todavía puede castigarnos. La noche es mas amena, mas cómoda, mejor preparada para refugiarse en uno mismo, y tambien mas dificil porque nos recuerda que el día volverá y que lo bueno no dura tanto.
Me gusta pensarme como transición, sentir el momento del anochecer en mi. Me gusta ver ese intercambio de guardia en los astros como si se estuviese destapando algo, como si surgiese la necesidad del momento, de expresarse enteramente.
Soy transición, y no totalidad. El día me espanta y la noche me abruma. Preciso de la turbulencia, de lo pequeño, de la desnudez absoluta de los espíritus en pocos y sublimes instantes, de lo espontáneo que desaparece rápidamente y se repite constantemente, sin dejarse descubrir demasiado. Necesito el tumulto momentáneo y el descanso inevitable, la sinceridad excesiva y la oscuridad y tranquilidad de la noche que, inagotable, siempre llega a decirme que ahi está, y que no lo he visto todo.
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