martes, 29 de mayo de 2012

Multiplicidad.

Matar dos pájaros de un tiro. Viajar tranquila y sola, y terminar de escribir en su pequeño y hasta ahora vacío diario, en dos horas de viaje. Ni un momento tranquilo en todo el día, correr de un lado hacia el otro fue y sigue siendo el ejercicio diario. Sobrevivir al sol y a los golpes, es casi como una competencia, un juego. Asi que cualquiera que fuese el objetivo en ese viaje, era todo un desafio en una ciudad en donde un reciente "3 millones de personas" era arcaico. Mas aun sabiendo que a pesar de haber terminado la jornada laboral, uno sigue compitiendo, esta vez por llegar tranquilo o minimamente con todo lo que se salió, a casa. Y dos horas, dos horas debian ser, debian amoldarse a la idea de una "gran cantidad de tiempo", en el que hacer una sola cosa era un desperdicio. En dos horas se podia leer, escribir, tener tiempo de llamar a alguien por telefono, averiguar precios de productos que se adquiririan al principio del mes... pensar en un grupo de gente... dos horas eran mas que suficientes, o debian serlo.
Parada liderando la fila, sabia que a pesar de todo alguien iba a intentar aprovecharse. Porque ser quien este adelante no implicaba ser la primera en subir al colectivo, no necesariamente. Samantha se planteaba esto, mientras veia pasar una y otra persona, pensando y replanteandose como era posible que tantas personas, todas fueran distintas entre si. "Tres millones de ejemplares" en un cuadradito de territorio... por delante suyo pasaban unos doscientos por hora quizas, y cada dia parecian mas.
- Se multiplican como cucarachas - Se escuchó en la fila.
Todos miraron hacia adelante, riéndose algunos, ofendidos otros. Samantha no había querido decir ello en voz alta, pero al notarlo, miró hacia atrás algo desconcertada. Una señora, parada justo detrás suyo, la miró con desprecio, y volvió la cara con un ademán mas que gracioso, que reflejaba un excesivo mal humor.
Comenzó a plantearse si acaso llovería antes de que el colectivo se acercara, las nubes cubrían ya un gran sector, y cada vez parecía oscurecerse mas el cielo. En 5 minutos llegó la noche, pero el transporte no. Ella sabia que podía esperarlo una eternidad, pero sus músculos comenzaron a quejarse y ella empezó a sentir pequeños golpecitos de impaciencia, de esos que le hacia tener ganas de gritar. Esa vocecita que nacía de adentro y que cada segundo elevaba su volúmen, cantando, hablando consigo misma, o insultando a alguien. Siempre había supuesto que eso sería quizás un síntoma de una futura insania. Pero no se preocupaba dada la situación actual de su mente, desvariando entre complejas ideas, que se entrelazaban en alguna extraña teoría sociológica, que casi siempre iba al mismo punto, al ser humano y su maldita multiplicidad.
En este punto su vocecita estaba gritándole que se vaya, que se aleje de la fila y los mire de manera despreciativa a todos los que actualmente estaban parados detrás de ella, quejándose como si ello hiciera que el colectivo llegara más rápido. Y ya comenzaban esas conversaciones estúpidas a las cuales ella hubiera respondido con un veloz movimiento del paraguas al que se aferraba, sobre la cabeza de alguno.
- Todos los días es lo mismo, señora. Así estamos, los trenes no funcionan y se chocan entre ellos, los colectivos llegan a la hora que quieren, seguramente porque no quieren trabajar. Por eso el país está como está, por esos irresponsables que nunca quieren trabajar, que ni comienzan el día bien, ni lo terminan bien. Y nosotros que nos rompemos el alma para llevar algo a nuestras casas, nos morimos de hambre porque no podemos llegar a tiempo a ningún lugar. No sabe lo que es mi barrio, nadie se preocupa por los pobres. Los dejan tirados ahi, como si fueran escoria - relataba con énfasis un señor parado a unos metros de Samantha.
Acto seguido, el señor saca del bolsillo el celular que sonaba escandalosamente, comienza a hablar mal de los vendedores de la calle que pasan gritando, intentando concretar una venta al final del día, y coincide con su interlocutor en la idea de "echarlos a todos del país".
"Hipócritas" - pensó. "No podemos dejar de serlo. Decimos que creemos algo sólo para que alguien al final de nuestra vida, nos recuerde como un gran pensador (o quizás solo para que se nos recuerde), como alguien que quería cambiar el mundo, cuando en realidad solo queríamos presumir de ese tan afamado "animal racional". Que va, no hay nada mas irracional que el ser humano."
Pensando quedó, mirando el agua que resbalaban por las alcantarillas de la calle. Entonces fue que pasó. Como si no fuese nada estar esperando el transporte desde hacia largo rato, y casi como si las cosas comenzaran a caer y acomodarse como solían ser, una señora con todo el aire de superioridad que pudiese albergar, fue a pararse justo a su lado, cargando a un chico de unos 7 años, que se quejaba ruidosamente por que la madre no quería comprarle algo. No se acercó a hacer la fila, si no que directamente fué a "acecharla". Sin siquiera mirarla pidiendo permiso o disculpas, se situó exigiendo con la mirada su derecho a subir primero.
Samantha pasó de estar suspendida pensando, a intentar planear alguna maldad que pudiese ejecutar en el momento. Y así fue hasta que se dio cuenta de lo que sucedía en realidad. El colectivo se acercaba desde la siguiente esquina, y aparentemente la conducta de aquella señora respondía a ello, puesto que se había movido osadamente desde la fila del otro colectivo, hasta la de ese, planteándose su derecho a manifestar su imposibilidad de esperar mas y subir última, estando con su hijo en brazos, y por supuesto, apelando a la obligación adquirida por el resto de la fila, al ocupar ella un lugar entre todos. En dicho momento de lucidez acerca de la situación en la que se encontraba, una sonrisa maliciosa y mordaz se dibujo en el rostro de Samantha. Pensó que quizás muchos habrían visto esa actitud como la de una pobre madre preocupada y que amaba a su hijo. Ella la veía como una maldita aprovechada de su lamentable situación de madre, que sólo intentaba reducir el cansancio mental que aquel papel le provocaba, con el descanso físico que le otorgaba el sentarse en un colectivo, quizás por unos miseros 15 minutos. "Conformarse, con tan solo 15 minutos. Como si esto lo fuera todo" pensó.
El colectivo se detuvo lentamente, tomando su tiempo para acomodarse al filo de la vereda. La señora disimuladamente se acercó, con una expresión de exagerada pesadez y dolor muscular, nunca antes mejor actuada, y fué a parar junto a Samantha, al pie del colectivo.
"Bah, jamás te voy a volver a ver" se dijo Samantha, y en un rápido, ágil, y maligno movimiento, subió al colectivo antes de que la otra pudiese darse cuenta. Sentarse fue un placer, y saberse mirando a la señora subir en cuarto lugar, ya con su hijo en el suelo y su inservible "instinto maternal" arrastrado y abandonado, fue una bendición. Estirando las piernas todo lo que podía, se tranquilizó felizmente suponiendo la ridícula batalla ganada. La sensación de haber derrotado, mas que a una misera humana, al instinto conservador y caritativo que baña a la moral de todo el planeta, la hacia sentirse libre.
Y es entonces que dejó de contar el tiempo, de calcular tareas por minuto, llamadas por hora, dinero por semana. Se recostó cómodamente en un asiento, dispuesta a mirar a la calle todo el recorrido, sin siquiera pensar en lo que llevaba encima, sólo escuchando a la noche acechar entre las rutas que el colectivo iba a comenzar a recorrer, ni bien dejase de cargar ganado. Y así, al pie de las poderosas nubes, bajo la frescura de las pequeñas gotas de lluvia que se habían hecho esperar largo rato, y que habían llegado al son de la victoria, se oyeron detrás de ella, llantos, quejas y gritos, de una caprichosa criatura "racional" de 7 años, pidiendo y exigiendo, ese tan hermoso instinto maternal perdido. Golpeando el asiento de adelante, como si la vida se fuese en obtener ello.  

2 comentarios:

  1. Cronica de una traseunte metropolitana, jaja. Es una situacion bastante comun la de Samantha. Naturalmente que estuvo bien subirse primero, pero mejor hubiese estado la confrontacion verbal. "Disculpe señora, ¿no conoce usted acerca de la geometria euclidiana?. ¿Eh?. Si, señora. En dicha geometria, las lineas son rectas."
    Me gusto el texto. Naturalmente que la supuesta racionalidad del hombre se pone en jaque sobre todo en la voragine del microcentro. Como nunca he sido un gran defensor de dicha postura, no me sorprende la ironia de nuestra heroina. Claro esta que es como si fueras vos misma. La vocecita, los dialogos internos, y hasta el desprecio por la madre y el nene, el "aprovechamiento" y la palabra "acechar". Ya me habias relatado esto hace unos dias, ¿te acordas?.
    Es una lastima que la señora y el colectivo hallan llegado: Interrumpieron la meditacion de Samantha justo cuando esta comenzaba a empezar. No se a que se referia ella con "la multiplicidad" del ser humano. Si te referis a multiplicidad numerica, todas las especies la tienen, y la nuestra no seria nada comparada con la multiplicidad de las hormigas o de los streptococos. Si te referis a la multiplicidad dentro de un mismo ser, tambien la tenemos, quizas si privativamente, lo cual es positivo mas que negativo.
    En lo ultimo que escribi, yo tambien concluyo que forzozamente tenemos que ser hipocritas, que no podemos dejar de serlo. Pero creo que mis razones y el modo en el que yo lo digo no es el mismo en el que vos lo decis aca.
    Sin embargo, ¿que la hace superior a ella, a Samantha?. Su unico acto heroico es defender su lugar en la fila. Pensado en profundidad, evadiendo los detalles, lo que Samantha hizo fue defender el orden establecido (la fila). Esto, segun las reglas de la etica (respetar al otro, seguir el orden) es justo. Y lo justo es virtuoso. Es una heroina Etica. Pero fuera de eso, no es del todo distinta a la señora con su nene. Si eran unos miseros 15 minutos, ¿para que luchar por ella?. No ha cambiado realmente mucho con su acto etico justo. Mejor seria colarse siempre, todos los dias, en todos lados. No respetar el orden, presionar a la olla hasta que la tapa salte. No creo en la etica. Lo que hizo Samantha es heroico por un lado, estupido por el otro. ¿Por que no colarse?
    Creo que el error quizas este en eso de la moral caritativa que cubre al planeta bla bla.
    Samantha supone que esta madre apela a la compasion de la fila, que apela a la etica, al respeto por que es madre, a la lastima, a cierto derecho de discapacidad, y que, siendo algo como una rata artera, nada de pobrecita, se quiere aprovechar de esta moral para subir primera. Pero esto no tiene por que ser cierto. Solo sabemos que la vieja se quizo colar. Quizas ella defiende no esa moral, sino la contraria: La de la ley del mas fuerte. Quizas quizo colarse con osadia, desfachatez y viveza. Quizas sea una anarquista contra las defensoras del orden etico como Samantha. Quizas halla dicho "las colas son para las hormigas, que van en fila". Si hubiese apelado a la moral como vos decis, deberia haber pedido, con voz de pobrecita, si por favor no la dejaban subir primera, con lo cual tal vez lo habria logrado, pues esa moral siempre encuentra aliados en señores pelados y en señoras viejas o gordas.
    En fin, me gusto el texto.
    :B

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  2. ¡Ajajajajaja! ¡Como me encanta cuando te pones así de cínica e irónica al criticar a la sociedad! Sentí que esta vez te dejaste fluir de una forma apasionante, debe de ser por que estabas relatando más que experimentando una hipótesis… En esa Samantha puedo notar actitudes propias de una posible Lucía, jajaja!

    Hay algunas constantes en Sebas, vos y yo. Una de ellas es el desprecio a las farsas que los individuos de la sociedad aceptan, construyen y mantienen. Vos tenes facilidad para hacer notar ese desprecio que te inspira! Calcaste muy bien el pensamiento que todo trabajador, especialmente céntrico, tiene. Puedo saberlo, por qué de vez en cuando, como Samantha, y como vos, yo he tenido esos pensamientos. Es escalofriante descubrirse a uno mismo incurriendo en esa clase de bajeza, pero es inevitable sucumbir de vez en cuando, todo el sistema lo provoca…
    Por un lado, comparto el desprecio por la falsa moral, bien conveniente en algunos casos, pero fácilmente dejada de lado en otros. Como esa madre que usa a su hijo para justificar adelantarse en la fila y conseguir asiento. O como una vecina gorda que tengo, que camina revoleando un bastón trípode que supuestamente debería de usar para poder caminar y no para revolear. Pero llevándolo consigue un asiento seguro en el transporte público… Por otro lado, Samantha aunque bien justificada desde mi perspectiva anti-moralista, adolece de la competitividad y la autocompasión de la mayoría de los ciudadanos incluyéndome. Ese deseo de pelear por mantener el lugar en la fila es algo muy propio del trabajador resentido por un mal día… Los que viajan en el tren Sarmiento son los más resentidos, ellos ni siquiera dan el asiento a las embarazadas! Claro que en los colectivos hay un chofer que grita “¡Alguien ceda el asiento a la embarazada!”, y dicho sea de paso, el chofer no puede ceder el asiento…

    ¿Qué puedo decir además? ¡Realmente disfruté leer esta publicación!
    Mis saludos Celestita!

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